viernes, 1 de julio de 2011

Los cuartos luminosos

Entonces, se vio por encima de la ciudad. Sus pies descalzos, los dedos celebraban al aire entre unos y otros. Su cabeza empezaba a sentir frio. De repente, lo supe todo. Podía volar, no solo eso…podía darle dirección al vuelo.
”¿Qué es esto? ¡Qué importa si estoy volando!”

Sintió aliento para salir más allá de la atmosfera, ya tenía 66 años.
“¿Qué importa? De salud no ando bien precisamente, mis hijos se pueden valer ya por sí mismos y mi ex mujer, le tiene más cuidado al dinero que dejare, así que; vamos!”

Germán, al salir de la atmosfera….un vehículo, si. Un vehículo de una sola puerta, a un solo asiento lo esperaba; en ese momento perdió la capacidad de poder manejar su vuelo “gateador”. Al llegar a la nave, su cuerpo se amoldó poco a poco en dicho aparato, que por cierto sus ojos jamás habían podido ver.

La parecía extraño, muy raro (como si lo demás en si fuese normal, gracioso) un experto en economía de su edad, con un Novel a sus espaldas había tenido ya múltiples experiencias que la visión del mundo le llegaba hasta a quedar corta. Le parecía lo más extraño de todo, porque vestía indumentaria toda de blanca, pantalón de algodón parecía, blanco; camisa blanca.
Increíble pero cierto, fue el primer latinoamericano que abordó un vuelo comercial hacia la Luna.
Al caer en cuenta de lo que estaba viviendo, como una nueva experiencia; simplemente se dejo abrazar y la abrazó como si se tratase del último día de su vida.
En su cabeza, existían dudas. “¿Cómo es que puedo volar? ¿Por qué razón al salir de la atmosfera nada me ha sucedido?
Es cierto, todo eso y muchas cosas mas permanecían en su cabeza, un genio de la economía, sin duda. Y como todo genio, a lo nuevo por conocer hay que hacerlo viejo para poder emitir un juicio de valor.
“¡Vamos entonces, vamos a mi querida Luna!”
Entregándose a la aventura, se atrevió a tomar el timón (si es que así se le puede llamar) le dio una dirección, y presionó el botón que parecía obvio que era el que daba impulsión a la nave.
Siempre, Germán; había sentido un amor, un algo, una atracción por la luna. Le parecía enigmática, fantástica, su mirada (porque él como quien te dicta esta historia le puede ver un rostro) lo seducía. La vez que la “visitó”, Germán quedó enamorado de ella; a pesar que nunca llegó a alunizar.
Hoy, era esa oportunidad. Al acercarse, sentía que ella se alejaba más y, aun más.
“Como gato, te digo; mi princesa, no te vayas lejos de mi. Como gato que al anochecer espera tu llegada, te digo ven hacia mí. Quiero verte, sentir tu polvo, besar la cara que todas las noches veo, pero nunca a los ojos has podido tu verme. Dime, entonces ¿Por qué te vas?”
Llegado el punto alunizar, sentía la mirada pesada. Todo oscureció. De repente; una vez más lo supo. Se encontró en ese cuarto luminoso, todo blanco. Nunca la claridad le había molestado tanto como en este momento.

“Señora Santander, sé que es difícil. Pero su esposo, está haciéndole un favor a la humanidad. Sé que los anti psicóticos al día de hoy, no son los mejores y pareciera que en vez de contrarrestar la esquizofrenia la potencian. No comprendemos que sucede. Pareciera que su ex esposo, se niega a “aceptarlas” en su sistema, es por ello que no comprendo; porque el efecto que tiene es de potenciar sus alucinaciones. Dice visitar la Luna, sin nunca poderse ver. Típico de dicha enfermedad; pero hay algo que debo decirle. Todas las noches, no sabemos en donde se mete su ex esposo. Incomprensible. Créame que en nuestro centro las condiciones de seguridad son óptimas. Pero, no sabemos a dónde se va a esconder.”
Una lágrima cayó por la mejilla de Esther. No podía comprender, como ese hombre que fue un gran padre, esposo y una mente, brillante; muy brillante pasaba por esto.
Se dirigió hacia el pasillo donde Germán solía pasar las tardes en una silla de rueda, triste final para un genio de su envergadura pensó.
“Germán, amor mío. Acepta tu medicina que es por tu bien. No luches con tu enfermedad, aprende a vivir con ella y tal vez, un día puedas tu volver a casa.”

Con una mirada perdida la vio, sonrió de forma displicente y dijo. “Soy feliz, fuera de aquí no tengo vida. Tú no eres más mi esposa, yo se que hace meses un divorcio firme. Traspasos de propiedad y vehículos. ¿Qué te crees que soy idiota, ciego o imbécil? Tú decides, vete y déjame con mi felicidad. Jamás a la hora de ella me encontrarán. Ver sus ojos sin que ella me mire me hace feliz. Yo puedo volar, mi carroza espera por mí en el mismo lugar. El día que mi Luna mis ojos pueda ver llegará. Soy feliz aquí, enferma tú que vives del recuerdo; no te das cuenta el poder de la mente. La fantasía cuando la deseas, se convierte realidad. En las noches ve hacia el cielo, el viento me acaricia y la Luna me espera; mi nave soy yo. En el espacio no hay ruido que escuchar, he alcanzado la felicidad.”
Se volvió hacia su mirada perdida, nunca salió de su enfermedad dicen los doctores.
Eso sí, en las noches; nadie sabe dónde está Germán, la felicidad había sido encontrada ya.

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