sábado, 9 de julio de 2011

Eliminando Libros

Alemania, 1982.

Al fallecer mi abuelo a la edad de 82 años, no sabía por qué sería yo (el más pequeño de los nietos) en heredar su residencia fuera de la ciudad más su colección de libros. Una biblioteca con libros con fechas desde 1600 y una residencia de más de par de caballerías. El dolor que mi grandísimo abuelo, Maximiliano se hubiese ido me hacia indagar más en los libros que un día con tanto esmero me enseñó a cuidar y sobre todo, a poder admirar el poder de la soledad. Existía una razón, (rara por cierto) de porqué era yo el único de los nietos que lo visitaba.
Lo único que dejó, a forma de comunicación fue una carta. Una carta, donde explicaba por qué a mí me heredaba dichos valores materiales (razones que en este relato no vienen a cuento)
Explicaba en ella que, justo en la habitación de al lado de la suya, en su oficina (Oficina donde realmente nunca supe qué era lo mucho que hacía) encontraría algún sentido claro a mi vida. Que tanto así como el fue, capaz de cambiar la historia era mi turno.
Al llegar a la residencia, vacía de presencia humana; empecé admirar el silencio como nunca antes lo había hecho. Glorioso, nada podría describirlo; al llegar a la famosa oficina, note que llave no había. Gracioso anciano, nunca me dejó nada fácil, jamás siempre hizo que exigiera mi cabeza.
Me fui por lo bruto y fácil, tumbe la puerta luego de muchas arremetidas en contra de ella. El olor ha guardado, el inconfundible aroma a abuelo, me eclipsaba. El whisky se mantenía como siempre, el olor a libro viejo y sobre todo a puro, me hizo recordar que siempre como el quise vivir.
En aquel viejo escritorio de madera tenía un cuaderno con una infinidad de apuntes, al sentarme en la silla del mismo escritorio; note que, frente al escritorio a los lados del bar había dos puertas. Jamás las había notado, nunca.
No le di importancia y empecé a leer tan curioso cuaderno. Una vez más, mis ojos quedaron atónitos; esas dos puertas según (lo creyese en ese momento o no) el cuaderno gracias al bar, que parecía estar incrustado a la pared no era, nada lo que parecía ser.
El cuaderno, con voz grave como la de Maximiliano, ese anciano tan sabio como el tiempo, me explicaba teorías sobre los dichosos agujeros negros o bien, agujero de gusano. Nada tenía sentido, ni siquiera la caja de metal que según el dichoso cuaderno contenía materia extraña; suma de quarks que mi cabeza fascinada por las ciencias sociales, hasta el día de hoy había escuchado tremenda aberración física.
Al terminar de leer la ultima pagina decía; “Es tu turno de cambiar la historia sin cambiar el mundo y su historia, los efectos deben ser pequeños pero para ti, magnánimos; una vez alcanzado tu objetivo sabrás como regresar, no lo dudes. Mi más preciado regalo para ti, es cambiar un trozo de la historia a tu antojo. Te quiere, tu abuelo; Maximiliano”
Comprendí de forma implícita lo que estaba a punto de suceder. En el bar había una barra con cuatro dígitos, no lo dude en ningún momento y marque; “1893”.
Abrí la puerta derecha al lado de la “materia extraña”, el resplandor fue penetrante en mi cuerpo. Me vi al instante, saliendo por la otra puerta. Un tipo de canas blancas fumaba en la silla donde hace segundos estaba sentado. En un español confuso me dijo, “Haz lo que te propones hacer, vuelve a tu tiempo y se feliz.”
Salí del cuarto, sabiendo mi misión. Al instante supe, que la persona con la que hable había sido (¿o es?) mi bisabuelo.
Busque en Berlín, el hogar de la valquiria del mal, de la asesina de genios, vampiresa de la sabiduría. Mi alemán, no era el mejor. Indumentaria dentro de la casa que en años, seria mía había mucha ropa para poder parecer de la época. Al salir de la casa (en ese tiempo mansión) un carruaje esperaba, se le había dado órdenes al cochero de llevarme, durante el tiempo que así quisiera donde me placiera.
Nunca, un había de aproximadamente 100 kilómetros, había durado más de un día. Gracias a mis lecturas asiduas de la literatura alemana/prusiana/austriaca sabia a donde ir, el cochero asintió en mi pésimo alemán a donde ir.

Al llegar a la calle, donde mi corazón palpitaba de forma increíble. Durante medio día esperamos, hasta que por una esquina la vi pasar. Como la imagine, como la logre un día “ver” en sus escritos. Cabello rubio, piel tan blanca como la leche.
¡Tan miserable que no debía respirar un momento más!

La mujer, entró a su recinto. De manera, espere unos minutos. Baje del coche, intentando disimular el hecho, que mi fenotipo no era ni de lejos proto prusiano. Forcé de forma seca la puerta, de modo que de un golpe la abrí. “Milagro que alarmas en estos tiempos no existan”, pensé.
Subí por las gradas, debo decir que mi instinto animal me guio por una casa que había leído más nunca visitado. Avance por un corredor de cinco metros, al llegar a la última puerta, de forma sigilosa me aventure a entrar. “Está en el baño” me dije en mi cabeza.

La vi desnuda a punto de entrar a la tina, por un momento comprendí que tan tremenda belleza sintiese atrofia sexual, sin deseo por la carne y la potencia que tenia sobre los hombres, mentes brillantes del siglo XIX.
No sentí cuando ni como ocurrió, simplemente con los brazos frente a mi me abalance hacia ella, fue la única vez que vi en los ojos el miedo humano. Al tomarla por el cuello, ella resbaló, cayó dentro de la tina; no sin antes con la cabeza golpear en uno de los bordes. El golpe, no fue mortal, puesto que todavía tuve tiempo de saborear la victoria en mis manos y como la sangre se diluía en el agua, la vergüenza que un día sus manos tuvieron el descaro de relatar moría en mis manos.

Sus ojos, en ningún momento dejaron de verme. Mi ira, crecía y crecía, la sangre en mi boca la sentía; la venganza de un acto que ni siquiera salía a la luz, estaba consumada ya. La tez rusa blanca, pasó a ser un color como la mora. Saque mis manos de la tina, con la misma agua ensangrentada empape mi cabello, me vi en el espejo y salí a tiempo, a tiempo de ver como Rae entraba en su casa.

Llegué a la mansión al día siguiente, no busque siquiera me quise despedir de la sangre más añeja que tenía relación conmigo. Abrí la puerta, enumere los dígitos y me marché.
Al salir, (o entrar) por la puerta de la misma oficina en el año de 1982, me dirigí hacia la estantería donde estaba ese maldito libro.

El libro donde Lou Andreas-Salomé tuvo un día el valor, o descaro de analizar al mismísimo Dionisio, a Zoroastro al hombre bastardo de su tiempo, a mi Fritz, mi maestro y de la humanidad entera.

No estaba, busqué la biografía de Salomé y no; el libro jamás fue editado. Es más, la casa donde un tiempo vivió con Paul Rae había sido quemada por el mismísimo Rae.

Con una sonrisa, me senté. Por primera vez tomé un puro y pensé; “¿Como una persona pudo haber asesinado sin siquiera, haber nacido? Simplemente en la atrofia sexual que Salomé le generaba a Rae, un día cansado decidió quitarse la vida con ella dentro. Fritz, nunca se enteró; hundido en si mismo estaba ya. Al final, su pensamiento y vida; jamás habría sido comentado en un libro de un ser tan insignificante.”

No hay comentarios: